
El tigre estaba, agazapado y no lo veía nadie, nadie lo notó pero igual estaba. Adentro los niños jugaban a la guerra, el reloj marca la once, pero siempre es igual, siempre hace lo mismo, lo miro y las once, lo miro y las doce y
así las tres. Todos estaban adentro,
ahí, con ese
aparto hipócrita que da la hora y te dice qué hacer y qué no hacer, que te mira fijo hasta que entra en tu
subconsciente y te obliga a hacer las cosas que no
querés, a levantarte a la mañana, a acostarte temprano y a salir o entrar, a ir o volver, a maullar o a ladrar
según le conviene, estaban adentro mirando el reloj mientras los niños se batían en un duelo mortal con sables chinos y al mismo tiempo en otro cuarto de la casa un gato brillante tomaba el té cordialmente con un ratón que se
había vestido en su mejor
pilcha para mostrar su
respeto y afecto por el gato que a merendar lo
había invitado. Hora y lugar convenidos era donde se encontraban los dos por que el gato sabía, y al
ratón le dio a conocer, que por ese espacio de tiempo y lugar la familia se reunía en otro sublime cuarto de la monstruosa mansión y pensaba en otras cosas que nada tuvieran que ver con amistades entre distintas clases sociales, mucho menos en animales de
compañía o alcantarilla.
Allí estaban los citados en su cita charlando
plácidamente cuando una mucama los
vio, notó que ninguno de los cuadrúpedos la sintió, notó que estaban muy ocupados y se maravilló de la tierna escena, a los niños fue a buscar enseguida para enseñarles la
lección, de tolerancia y
admisión, que tanto a ella
habíanle inculcado, y los niños ruidosamente
arrivaron, el gato sonrió a la mucama al ver su
semblante de dulzura y admiración, pero fue entonces que se percató d
e la presencia de los niños, les observo las caras y
sintiéndose, el gato, mas blanco de miedo que del blanco pelaje que su madre gata le
dio, al verles
los ojos celestes llenos de hirviente
desaprobación se le llenaron los suyos de pavor y de uno solo el tarascón se devoro al
ratón entero, con su
chaqueta y su monóculo, entero al pobre, que el confiar lo perdió. Los niños volvieron a sus
bárbaros juegos de niños de alta alcurnia y la mucama, inmóvil, vio como el gato se alejaba lenta y
relajadamente hacia un magnifico cuarto de la hueca
mansión, a otro que estuviese
vació y sin tanto juicio que lo vuelva a distraer de sus banales e imprescindibles ocupaciones de gato de alta alcurnia.
El tigre estaba, agazapado y no lo veía nadie, yo tampoco lo quiero ver, prefiero que me tome por sorpresa.